Lejos de asestar un golpe peligroso, como se pensaba, la crisis que atravesó la presidenta Dilma Rousseff con la renuncia obligada del ahora ex jefe de gabinete Antonio Palocci y su reemplazo por la senadora gaúcha, Gleisi Hoffmann, representó su oportunidad para ejercer la principal función presidencial: la política. Es la única que no se puede delegar.
Por eso, aunque Dilma haya sentido el alejamiento de su ad later , a quien despidió ayer emocionada, el cambio le sentará bien a la figura presidencial.
Así lo intuyen inclusive los opositores que, para posicionarse frente al 2014, decidieron comenzar tempranamente el desgaste de los eventuales presidenciables del oficialismo; un proceso que Dilma definió como pretender “disputar una tercera vuelta”; es decir, lo que la oposición perdió en octubre del año pasado, cuando la presidenta se alzó con una cómoda victoria frente a José Serra, trataría de recuperarlo en el terreno de una acción política que debilite a la jefa de Estado.
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