“De pequeño solía escuchar: “Las palabras se las lleva el viento”, y me preguntaba si existía un lugar donde todas tenían un fin o sencillamente se mantenían viajando por la eternidad. De alguna manera me resigné al no encontrar la respuesta. Como a modo de compensación, lo que si pude aprender fue el sentido de la irresponsabilidad, podía decir lo que se me antojase, en fin, mis palabras siempre se irían a un lugar, no había forma de herir, dañar, matar o perjudicar…”
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