“Entré apresurado y con mucho hambre en el restaurante. Escogí una mesa bien lejos del movimiento, porque quería aprovechar los pocos minutos que disponía en aquel día para comer y corregir algunos errores de programación en un sistema que estaba desarrollando, además de planear mi viaje de vacaciones, cosa que hace mucho tiempo no tengo.
Pedí un filete de salmón con alcaparras en mantequilla, una ensalada y un jugo de naranja, a fin de cuentas, hambre es hambre, pero régimenes régimen, no es verdad?
Abrí mi PC portátil y me asustó aquella voz bajita detrás mío:
– ¿Señor, no tiene unas moneditas?
– No tengo, muchacho.
– Sólo una monedita para comprar pan.
– Está bien, yo compro un pan para ti.”05-04-2013 refleccion