Wardo Yusuf caminó durante dos semanas con su hija de un año a la espalda. De la mano, llevaba a su hijo de cuatro años, mientras escapaba de la sequía y la hambruna en Somalia.
Cuando el niño desfalleció, cerca del final del recorrido, la mujer le echó en la cabeza algo de la poca agua que le quedaba para reanimarlo. Pero el nene estaba inconsciente y no podía beber.
La mujer de 29 años pidió ayuda a otras familias que seguían el mismo camino, pero ninguna se detuvo. Todos iban preocupados por su propia supervivencia. Entonces, la madre tuvo que tomar una decisión que nadie querría tener que enfrentar jamás.
“Finalmente, decidí dejarlo atrás, en el camino y al amparo de Dios”, contó Yusuf días después, durante una entrevista en un campamento de refugiados en Kenia.
Los padres que huyen a pie de la hambruna -a veces hasta con siete niños- se suelen topar con encrucijadas increíblemente crueles: ¿Qué niños tienen las mejores probabilidades de seguir con vida cuando la comida y el agua se agoten? ¿A quienes es mejor abandonar?
“Nunca había enfrentado ese dilema en mi vida”, dijo Yusuf. “Ahora vuelvo a experimentar el dolor de abandonar a mi hijo. Me despierto por las noches y pienso en él. Me siento aterrorizada cuando veo a un niño de su edad”.
Fuente clarín.com.ar
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