“Caminaba hacia mi con sus pies sucios y descalzos. No tenía más de ocho años. Su cabello era corto y estaba alborotado. Su rostro circundaba entre la tristeza y la desesperación. Su ropa ya muy gastada no desentonaba con la precariedad de su imagen. Se acercaba pidiendo monedas, ofreciendo su mano a la gente. Gente que mirando con ternura a la pequeña niña que se paraba delante de ellos, reían y le daban unas pocas monedas. Luego, seguían sus vidas y la olvidaban completamente…”
